En la película de ciencia ficción de 1976 Logan’s Run, adaptada de la novela de 1967 de William F. Nolan y George Clayton Johnson, una sociedad distópica impone un ritual conocido como “Carrusel”, donde los ciudadanos que alcanzan los 30 años son obligados a participar en un espectáculo público que promete renovación, pero entrega la muerte. Este mecanismo mantiene el equilibrio social eliminando a los mayores para dar paso a los jóvenes, envuelto en la ilusión de elección y salvación. En un paralelismo escalofriante, la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), establecida en febrero de 2025 para distribuir ayuda en Gaza, puede ser considerada como un equivalente moderno del Carrusel: un sistema que, bajo la apariencia de ayuda humanitaria, somete a los palestinos a una prueba mortal, forzándolos a un peligroso juego por la supervivencia mientras sirve a objetivos políticos y militares más amplios. Este ensayo explora las operaciones de la GHF a través de la lente de Logan’s Run, trazando analogías entre su modelo de distribución de ayuda y el Carrusel distópico, destacando la militarización de la ayuda, la deshumanización de los receptores y el control sistémico que permite.
En Logan’s Run, el Carrusel se presenta como un acto voluntario de renovación, una oportunidad para que los ciudadanos asciendan a un estado superior de existencia. Sin embargo, la verdad es sombría: los participantes son vaporizados, y su muerte asegura la asignación de recursos para la población restante. De manera similar, la GHF, respaldada por los gobiernos de EE. UU. e Israel, se promociona como una línea de vida humanitaria, afirmando que entrega ayuda directamente a los civiles de Gaza mientras evita la interferencia de Hamás. Se jacta de haber proporcionado más de 52 millones de comidas en cinco semanas, presentando su trabajo como una solución a las condiciones de hambruna en Gaza tras el bloqueo de Israel. Sin embargo, como el Carrusel, esta promesa oculta una realidad más oscura. El sistema de distribución de ayuda de la GHF, operativo desde finales de mayo de 2025, ha sido condenado por más de 170 ONG, incluidas Oxfam y Save the Children, como “no una respuesta humanitaria”, sino un mecanismo que pone en peligro vidas.
El modelo de la GHF requiere que los palestinos viajen largas distancias a través de zonas militarizadas para llegar a un puñado de sitios de distribución fuertemente custodiados, a menudo bajo fuego de las fuerzas israelíes o contratistas privados. Los informes indican que más de 613 palestinos han sido asesinados y más de 4,200 heridos mientras buscaban ayuda en estos sitios, lo que llevó a los sobrevivientes a calificarlos como “trampas mortales” en lugar de centros de ayuda. Esto refleja la falsa esperanza del Carrusel, donde los participantes son atraídos por la perspectiva de la renovación solo para enfrentarse a la aniquilación. La ayuda de la GHF, aunque aparentemente destinada a salvar vidas, se convierte en un señuelo letal, obligando a los gazatíes a una elección desesperada: morir de hambre o arriesgar la muerte para acceder a raciones escasas.
En Logan’s Run, el Carrusel es un espectáculo estrictamente controlado, orquestado por las autoridades de la ciudad para mantener el orden y la obediencia. La distribución de ayuda de la GHF opera de manera similar bajo una estricta supervisión militar, con fuerzas israelíes y contratistas de seguridad privados con base en EE. UU., como Safe Reach Solutions, asegurando los sitios. Esta militarización viola los principios humanitarios fundamentales de neutralidad, imparcialidad e independencia, según lo señalado por la ONU y organizaciones como Amnistía Internacional. La coordinación de la GHF con las autoridades israelíes, que controlan las fronteras de Gaza y el flujo de ayuda, transforma la asistencia humanitaria en una herramienta de estrategia militar, de manera similar a cómo el Carrusel sirve al régimen distópico para el control de la población.
Los centros de distribución centralizados de la GHF —cuatro sitios en el sur y el centro de Gaza— reflejan la arena singular y controlada del Carrusel. Estos centros, rodeados de alambres de púas y puestos de vigilancia, están diseñados para concentrar a los palestinos en enclaves militarizados y restringidos, facilitando la vigilancia y el control. Los críticos, incluidos Médicos Sin Fronteras, describen el sistema como un “matadero disfrazado de ayuda”, con distribuciones caóticas donde miles compiten por suministros limitados, lo que a menudo resulta en bajas masivas. Esta configuración recuerda el caos orquestado del Carrusel, donde la desesperación de la multitud alimenta el espectáculo, enmascarando la violencia sistémica.
Además, las operaciones de la GHF se alinean con los objetivos más amplios de Israel, que algunos grupos humanitarios acusan de buscar desplazar a los palestinos. Al limitar la ayuda al sur de Gaza y obligar a los residentes del norte a emprender viajes peligrosos, la GHF exacerba el desplazamiento, de manera similar a cómo el Carrusel elimina a la población sobrante para mantener el “equilibrio” social. La ONU ha condenado este modelo como “deshumanizante”, señalando que no aborda las necesidades generalizadas de Gaza, al igual que el Carrusel prioriza la estabilidad sistémica sobre las vidas individuales.
En Logan’s Run, los participantes del Carrusel son despojados de su humanidad, reducidos a entidades sin rostro en un ritual que considera sus vidas prescindibles. De manera similar, el sistema de ayuda de la GHF deshumaniza a los palestinos, tratándolos como amenazas en lugar de individuos con dignidad. Un excontratista de la GHF informó de una cultura en la que los guardias se referían a los gazatíes como “hordas de zombis”, disparando contra las multitudes con munición real, granadas aturdidoras y gas pimienta. Este lenguaje y comportamiento reflejan la desconexión de los ejecutores del Carrusel en Logan’s Run, quienes ven a los participantes como meros engranajes en una máquina.
El proceso de distribución de la GHF agrava aún más esta deshumanización. Los palestinos, incluidas mujeres, niños y ancianos, deben caminar kilómetros para llegar a los sitios, solo para enfrentarse a la violencia y el caos. Una madre desplazada, Samah Hamdan, describió haber caminado nueve millas para recoger pasta derramada, subrayando la indignidad del proceso. Al igual que los participantes del Carrusel, que son obligados a actuar para sobrevivir, los gazatíes son forzados a un espectáculo degradante, arriesgando sus vidas por restos de comida. El jefe de derechos humanos de la ONU, Volker Türk, ha calificado este sistema de “inconcebible”, destacando su violación del derecho internacional al poner en peligro a los civiles.
El Carrusel en Logan’s Run no es solo una herramienta de control poblacional, sino un símbolo del poder del régimen para dictar la vida y la muerte. La GHF también sirve como un instrumento de poder, permitiendo a Israel y sus partidarios estadounidenses remodelar el panorama humanitario de Gaza. Al marginar a las agencias de ayuda establecidas como UNRWA y el Programa Mundial de Alimentos, la GHF socava décadas de infraestructura humanitaria, reemplazándola con un modelo politizado y militarizado. Esto refleja la eliminación de la agencia individual por parte del régimen distópico, forzando la obediencia a un sistema único y controlado.
El liderazgo de la GHF, incluidas figuras como el reverendo Johnnie Moore, un asesor de Trump con vínculos con agendas evangélicas y pro-israelíes, refuerza su alineación política. El nombramiento de Moore, tras la renuncia de Jake Wood por preocupaciones sobre la neutralidad, señala un cambio hacia una politización abierta, similar a los fundamentos ideológicos del régimen de Logan’s Run. La financiación opaca de la GHF y la falta de transparencia paralelizan aún más las maquinaciones secretas de la ciudad distópica, donde la verdad se oculta para mantener el control.
La Fundación Humanitaria de Gaza, al igual que el Carrusel en Logan’s Run, es una máquina de matar disfrazada de benevolencia, pero arraigada en el control y la violencia. Su sistema de distribución de ayuda militarizado obliga a los palestinos a un ritual mortal, donde la promesa de supervivencia se ve ensombrecida por el riesgo de muerte. Al deshumanizar a los receptores, centralizar el control y servir a objetivos políticos, la GHF transforma la ayuda humanitaria en un espectáculo distópico, socavando los principios que afirma defender. Mientras más de 170 ONG y la ONU exigen su desmantelamiento, la analogía con el Carrusel subraya la urgencia de restaurar sistemas humanitarios genuinos que prioricen la dignidad, la imparcialidad y la vida. Al igual que los protagonistas de Logan’s Run buscan escapar de su sistema opresivo, el pueblo de Gaza merece un camino hacia la supervivencia libre de los peligros de esta máquina de matar distópica.