En los primeros años de la Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, Konrad Adenauer, primer canciller de la nación, se destacó como figura clave en la reconstrucción de un país devastado y en su reintegración global. Antinazi convencido y católico devoto, Adenauer lideró Alemania Occidental de 1949 a 1963, promoviendo la democracia, la recuperación económica y la reconciliación con antiguos enemigos. Sin embargo, sus negociaciones de reparaciones con Israel por las atrocidades del Holocausto lo convirtieron en blanco de oposición extremista. El 27 de marzo de 1952, un paquete bomba dirigido a Adenauer explotó en la comisaría de Múnich, causando la muerte de un policía y revelando un complot de asesinato ligado al militante israelí Menachem Begin. Este artículo analiza el contexto, ejecución y repercusiones de este audaz intento de eliminar al canciller, iluminando un episodio poco conocido de la Guerra Fría.
Nacido en 1876 en Colonia, Konrad Adenauer fue un político experimentado con un historial de resistencia al nazismo. Como alcalde de Colonia durante la República de Weimar, desafió al régimen de Hitler, enfrentando prisión y viviendo en reclusión durante la guerra. En 1945, cofundó la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y en 1949 asumió como primer canciller de Alemania Occidental, encargado de reconstruir una nación en ruinas. Su política exterior priorizó la integración occidental y la reconciliación con países como Francia y Estados Unidos. Un eje central de su agenda moral y diplomática fue asumir la responsabilidad de Alemania por el Holocausto.
En 1951, Adenauer inició negociaciones para un Acuerdo de Reparaciones con Israel, buscando compensar financieramente a los sobrevivientes del Holocausto y al joven Estado judío. Formalizado en el Acuerdo de Luxemburgo de septiembre de 1952, el pacto generó controversia. En Alemania, algunos lo veían como una carga económica o una admisión de culpa colectiva; en Israel, muchos rechazaban aceptar fondos alemanes, considerándolos una legitimación de la nación responsable del genocidio de seis millones de judíos. Grupos radicales, especialmente vinculados a la organización paramilitar sionista Irgun, denunciaron el acuerdo como una traición, argumentando que los sobrevivientes debían recibir pagos directos en lugar de fondos destinados al gobierno israelí para proyectos estatales.
El complot de asesinato giró en torno a Menachem Begin, figura prominente de la historia israelí, primer ministro de 1977 a 1983 y co-recipiente del Premio Nobel de la Paz de 1978 por los Acuerdos de Camp David. En 1952, Begin lideraba Herut, un partido de derecha enraizado en el sionismo revisionista, y había comandado el Irgun, milicia preestatal que atacó fuerzas británicas en Palestina. Begin, cuya familia pereció en el Holocausto, se opuso vehementemente al acuerdo de reparaciones, considerándolo un compromiso moral que permitía a Alemania “comprar” redención.
La oposición de Begin no fue solo verbal. Según revelaciones posteriores, apoyó activamente un plan para asesinar a Adenauer y sabotear las negociaciones. El complot fue orquestado por exmiembros del Irgun, incluido Eliezer Sudit, quien relató su rol en sus memorias Be’shlihut Ha’matzpun (En una misión de conciencia), publicadas décadas después. El relato de Sudit, respaldado por el periodista alemán Henning Sietz en su libro de 2003 Intento de asesinato de Adenauer: La historia secreta de un ataque político, confirmó el papel central de Begin en la aprobación, financiación y planificación del atentado.
El intento de asesinato combinó audacia y amateurismo. El 27 de marzo de 1952, un paquete dirigido a Adenauer llegó a la comisaría de Múnich, generando sospechas por su caligrafía infantil y dirección errónea. El paquete, con una bomba oculta en una enciclopedia, fue enviado por dos adolescentes contratados por los conspiradores. Al sospechar algo irregular, los jóvenes alertaron a la policía en lugar de enviarlo. Durante la inspección policial, el paquete detonó, matando al oficial bávaro Karl Reichert e hiriendo a otros dos.
Simultáneamente, se enviaron dos cartas bomba al lugar de las negociaciones entre delegaciones israelí y alemana, reivindicadas por un grupo autodenominado Organización de Partisanos Judíos. Estas no alcanzaron sus objetivos, pero la explosión en Múnich desencadenó una investigación internacional. Autoridades francesas y alemanas rastrearon el complot hasta cinco sospechosos israelíes en París, vinculados al Irgun. Entre ellos estaba Sudit, quien admitió haber preparado el explosivo. Los sospechosos fueron arrestados, pero luego se les permitió regresar a Israel, manteniendo las pruebas bajo secreto para evitar tensiones antisemitas en Alemania.
En sus memorias de los años 90, Sudit afirmó que el objetivo no era matar a
Adenauer, sino atraer atención mediática global y detener las negociaciones.
“Estaba claro que el paquete no llegaría a Adenauer”, escribió, sugiriendo un
acto simbólico. Sin embargo, la implicación de Begin y la muerte de un policía
indican una intención más grave. Sudit describió el compromiso de Begin, quien
ofreció vender su reloj de oro para financiar el plan, y reuniones con los
parlamentarios Jochanan Bader, Chaim Landau y el exjefe de inteligencia del
Irgun, Abba Scherzer, para coordinar el complot.
El gobierno de Alemania Occidental, liderado por Adenauer, y el primer ministro israelí David Ben-Gurion minimizaron el incidente para preservar las frágiles relaciones bilaterales. Consciente del origen del complot, Adenauer evitó perseguirlo agresivamente, temiendo reacciones antisemitas o el fracaso de las reparaciones. Ben-Gurion, partidario del acuerdo, valoró la discreción de Adenauer, ya que exponer a Begin habría tensionado la relación germano-israelí. Los detalles permanecieron ocultos hasta 2006, cuando el Frankfurter Allgemeine Zeitung publicó extractos de las memorias de Sudit, reavivando el interés y el debate.
En Israel, el rol de Begin permaneció desconocido durante décadas. Su secretario, Yehiel Kadishai, y Herzl Makov, director del Centro del Patrimonio de Menachem Begin, negaron conocer el complot en 2006. No obstante, el relato de Sudit, respaldado por Sietz, dejó pocas dudas sobre la participación de Begin. La revelación sorprendió, dado el posterior prestigio de Begin como pacificador, y suscitó preguntas sobre la ética de la violencia política tras el Holocausto.
El atentado no impidió el Acuerdo de Reparaciones, firmado en septiembre de 1952. Alemania Occidental pagó inicialmente unos 3 mil millones de marcos alemanes a Israel y 450 millones a la Conferencia de Reclamaciones, con pagos continuos por nuevas demandas. El acuerdo fortaleció la economía israelí y marcó un hito en la responsabilidad moral de Alemania, aunque siguió siendo controvertido. La supervivencia de Adenauer reforzó su liderazgo, facilitando su reelección en 1953.
El intento de asesinato de Adenauer refleja las intensas emociones y la
compleja política de la posguerra. Para Begin y sus aliados, el acuerdo de
reparaciones representaba una traición al sufrimiento judío, pero su respuesta
violenta arriesgó la autoridad moral y los objetivos diplomáticos de Israel.
La decisión de Adenauer de ocultar el caso mostró su compromiso pragmático con
la reconciliación, a costa de la transparencia. El episodio destaca los
desafíos de equilibrar justicia, memoria e intereses nacionales tras un
genocidio.
Hoy, el complot es una nota menor en los legados de Adenauer y Begin, opacada por sus logros posteriores. Adenauer es reconocido como fundador de la Alemania moderna y la integración europea, mientras que Begin es recordado por la paz con Egipto. Sin embargo, el intento de 1952 evoca la volatilidad de los primeros años de la Guerra Fría, cuando divisiones ideológicas y heridas históricas alimentaron medidas extremas. También invita a reflexionar sobre la ética de la violencia política y el delicado equilibrio diplomático para abordar atrocidades pasadas.
Como señaló el historiador Moshe Zimmermann, el secretismo del complot buscaba proteger la reconciliación germano-israelí. Su revelación tardía, a través de las memorias de Sudit y reportajes posteriores, nos confronta con las ambigüedades morales de una era en que sobrevivientes, estadistas y militantes enfrentaron el legado del Holocausto de maneras profundamente distintas.